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¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE “LIBERTAD”?
Por Luis Enrique Ramírez

¡Libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!

Desde que apareció el ser humano en este planeta, viene resignando partes de su libertad, si la entendemos como poder hacer la propia voluntad, sin restricción alguna. O, al menos, resigna libertad desde que “decide” vivir en sociedad, ya en tiempos prehistóricos, seguramente siguiendo el ejemplo de la gran mayoría de los animales, que naturalmente eligen la manada y no la soledad.

En esta “opción” se renuncia, precisamente, a poder hacer lo que cada uno quiera y cuando quiera, y se aceptan reglas o normas de convivencia, comenzando por el liderazgo de otros, y eventuales castigos para los que no las acaten. En psicología esto se ha llamado el “instinto gregario”, o sea un impulso con el que venimos al mundo, y que está “programado” en nuestro cerebro, que nos empuja a vivir en comunidad para poder sobrevivir.

Otro motor del instinto gregario es, en mi opinión, la solidaridad. No sólo por conveniencia propia vivo en sociedad, sino, también, por amor al prójimo, en una avenida que es de doble mano y sinónimo de igualdad, fraternidad y ayuda mutua.
En la medida que la vida social se hace más compleja, aumentan las restricciones a nuestra libertad. Por ejemplo, vivir en un departamento y en un Consorcio de propiedad horizontal, nos limita en una gran cantidad de actos, generalmente resumidos en el reglamento de copropiedad. Y lo aceptamos sin chistar, porque es el precio de un montón de beneficios que recibimos como contrapartida.

Y, hablando de “Libertad”, sabemos que la Revolución Francesa (1789) levantó las banderas de “Liberté, égalité, fraternité” (Libertad, igualdad, fraternidad), cuando la burguesía enfrenta exitosamente a la monarquía y a la nobleza, sentando las bases de la democracia moderna. Claro que la igualdad y la libertad que ella proclamaba, estaban referenciadas en sus relaciones con el Estado, pero ignorando las enormes desigualdades sociales que había.

Tratar como “iguales” a los desiguales y dejar en “libertad” a los socialmente poderosos, originó situaciones de tremendos abusos, de opresión, y de explotación laboral. Lo que siguió es historia conocida: las luchas de los oprimidos y la evolución de la conciencia social de la humanidad, llevó a tratar de ponerle límites a la “libertad” de los sectores sociales dominantes. En el mundo laboral esas luchas llevaron al nacimiento del Derecho del Trabajo, por ejemplo. También al desarrollo del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y, en otros campos, a los derechos del consumidor, a la protección del medio ambiente, etc.

La historia moderna de la humanidad es, de alguna forma, la historia de las luchas por ponerle límites y restricciones a los abusos de la “libertad” de una minoría social, enriquecida durante generaciones y titular, entre otras cosas, de los medios de producción. No obstante, lejos estamos de haber suprimido o siquiera morigerado las desigualdades sociales. Por el contrario, es claro y lo prueban todas las estadísticas, que han aumentado. Por eso la vida cotidiana nos enfrenta permanentemente con relaciones en las que la desigualdad en la correlación de fuerzas es más que evidente. Para entenderlo mejor, vayan algunos ejemplos:
Trabajadores y empleadores;
Propietarios e inquilinos;
Laboratorios y enfermos;
Entidades financieras y clientes;
Empresas de medicina prepaga y usuarios;
Prestadoras de servicios públicos y consumidores;
Fabricantes, comerciantes, etc. y compradores.

Como, en general, hemos decidido vivir en una sociedad en la que no rija la ley de la selva, ni se imponga siempre la voluntad del más fuerte y poderoso, hemos derivado en el Estado la función de intentar equilibrar esa correlación de fuerzas, para intentar evitar toda clase de abusos.

En el caso de los trabajadores y los empleadores, el discurso oficial es claramente hipócrita, ya que la reforma laboral en marcha pretende incrementar la libertad de los empresarios, pero ataca la de los laburantes para tener sindicatos fuertes y para recurrir a la huelga.

Ahora bien, cuando Javier Milei demanda mayor “libertad”, ¿a quienes se refiere en esa breve y resumida lista de más arriba? Repito este ejemplo: si dejo en libertad de acción a mis hijos cuando se agarran a piñas, es claro que estoy tomando parte por el más fuerte. Cuando el Presidente avisa que va a “destruir” el Estado, ¿a quienes favorece y a quienes perjudica? Un Estado abstencionista es igual al padre que no interviene cuando su hijo mayor caga a trompadas al menor. El que no lo comprende, está viendo otra película.

En realidad, Javier Milei no quiere destruir el Estado, sino el “Estado de Bienestar”, que es aquél que no sólo trata de crear desigualdades a favor de los más necesitados, para compensar las que de por sí se dan en la realidad, sino que también interviene activamente para brindar los servicios que normalmente precisan los individuos (salud, educación, vivienda, alimentación, seguridad, etc.), y que la iniciativa privada no logra satisfacer y llegar a todos.
La “libertad”, como la entiende nuestro Presidente, sólo sería posible si todas las personas salieran desde el mismo punto de partida. Pero, repito, una nota característica de nuestras sociedades es la tremenda desigualdad social y económica, que, además, se profundiza día a día.

Lo que él propone, por lo tanto, es un retorno a los primeros años del sistema capitalista. Un retorno al siglo XIX. Quiere crear una sociedad para pocos. ¿Para el resto? la utopía de un “derrame” que, seguramente, nunca se producirá, ya que la avaricia de esos pocos es proverbial y está reiteradamente comprobada.

Es verdad que el Estado no ha cumplido eficientemente con su función, que ha fracasado en su rol de igualador de oportunidades, y que en muchísima gente hay un justificado hartazgo y un profundo malestar. En este río ha pescado Javier Milei. Pero no es menos cierto que la solución no es matar al perro para que se acabe la rabia. El debate que nos debemos es cómo hacer para que el Estado sea un Estado presente y eficiente, no cómo prescindimos de él.
¡Viva la Justicia Social, Carajo!

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